biografia
" El verano. Los pájaros derretidos en pleno
vuelo, caen, como plomo hirviente, sobre las cabezas de los arriesgados
transeúntes, matándolos al momento.
El verano. La isla, como un pez de metal alargado, centellea y lanza destellos y vapores ígneos que fulminan.
El verano. El mar ha comenzado a evaporarse, y una nube azulosa y candente cubre toda la ciudad.
El verano. La gente, dando voces estentóreas, corre hasta la laguna
central, zambulléndose entre sus aguas caldeadas y empastándose con
fango toda la piel, para que no se le desprenda el cuerpo.
El verano. Las mujeres, en el centro de la calle, empiezan a
desnudarse, y echan a correr sobre los adoquines que sueltan chispas y
espejean.
El verano. Yo, dentro del morro, brinco de un lado a otro. Me asomo
entre la reja y miro al puerto hirviendo. Y me pongo a gritar que me
lancen de cabeza al mar.
El verano. La fiebre del calor ha puesto de mala sangre a los
carceleros que, molestos por mis gritos, entran a mi celda y me muelen
a golpes. Pido a Dios que me conceda una prueba de su existencia
mandándome la muerte. Pero dudo que me oiga. De estar Dios aquí se
hubiera vuelto loco.
El verano. Las paredes de mi celda van cambiando de color, y de rosado
pasan a rojo, y de rojo al rojo vino, y de rojo vino a negro
brillante... el suelo empieza también a brillar como un espejo, y del
techo se desprenden las primeras chispas. Solo dándole brincos me puedo
sostener, pero en cuanto vuelvo a apoyar los pies siento que se me
achicharran. Doy brincos. Doy brincos. Doy brincos.
El verano. Al fin el calor derrite los barrotes de mi celda, y salgo de
este horno al rojo, dejando parte de mi cuerpo chamuscado entre los
bordes de la ventana, donde el aceite derretido aun reverbera.
(…)
Pero las revoluciones no se hacen en las cárceles, si bien es cierto
que generalmente allí es donde se engendran. Se necesita tanta
acumulación de odio, tantos golpes de cimitarra y redobles de
bofetadas, para al fin iniciar este interminable y ascendente proceso
de derrumbe.
(…)
Las manos son lo mejor que indica el avance del tiempo.
Las manos, que antes de los veinte años empiezan a envejecer.
Las manos, que no se cansan de investigar ni darse por vencidas.
Las manos, que se alzan triunfantes y luego descienden derrotadas.
Las manos, que tocan las transparencias de la tierra.
Que se posan tímidas y breves.
Que no saben y presienten que no saben.
Que indican el límite del sueño.
Que planean la dimensión del futuro.
Estas manos, que conozco y sin embargo me confunden.
Estas manos, que me dijeron una vez: -tienta y escapa-.
Estas manos, que ya vuelven presurosas a la infancia.
Estas manos, que no se cansan de abofetear a las tinieblas.
Estas manos, que solamente han palpado cosas reales.
Estas manos, que ya casi no puedo dominar.
Estas manos, que la vejez ha vuelto de colores.
Estas manos, que marcan los límites del tiempo.
Que se levantan y de nuevo buscan el sitio.
Que señalan y quedan temblorosas.
Que saben que hay música aun entre sus dedos.
Estas manos, que ayudan ahora a sujetarse.
Estas manos, que se alargan y tocan el encuentro.
Estas manos, que me piden, cansadas, que ya muera. "
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