Con Schopenhauer se
inicia la crítica a la identidad entre el ser y el bien que domina la
filosofía occidental de Platón a Hegel; su filosofía ha de ser
entendida desde el prisma de su ataque al cristianismo y como reacción
contra el hegelianismo que entonces empezaba a dominar en la
universidad alemana: nada más significativo a este respecto que la
constatación de que la obra capital de Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación fue publicada tan sólo un año después que la primera edición de la gran sistematización del pensamiento de Hegel, la Enciclopedia de las ciencias filosóficas. La filosofía de Schopenhauer parte de un primer pensamiento capital: el ser es voluntad, el ser quiere ser y quiere permanecer como querer; el ser es esa voluntad que quiere ser siempre voluntad.
El modo de ser de la
voluntad es un continuo devenir en el que se afirma el querer-vivir.
Todos los seres se disuelven en la voluntad única y en su afirmación en
el incontenible devenir; el determinismo absoluto es la expresión de
esta disolución de los múltiples en la serialidad del devenir: todo
momento del devenir procede de un momento anterior y va hacia un
momento siguiente; en la serie del proceso todo tiene una razón
suficiente de su ser. Si el determinismo domina el proceso del devenir
de la voluntad, ésta en cuanto tal es irracional: no hay razón de ser
de la voluntad; el proceso del devenir es un proceso necesario pero la
existencia de la voluntad es contingente; la voluntad es razón de ser
pero no hay razón de ser de la voluntad: «la no existencia del mundo es
tan posible como su existencia» (El mundo como voluntad y representación).
En el devenir la voluntad se mantiene en el ser; la producción de lo
devenido en el devenir es, en realidad, reproducción de la voluntad
única: la incesante muerte de aquél la condición de la vida de ésta. La
voluntad es ciega, no «ve» lo que hace, no es inteligencia de sí sino
obrar sin inteligencia; no tiene amor ni odio para lo que crea, es
indiferente para con su obra, sólo quiere ser lo que ya era, repetirse.
Esta voluntad se halla fragmentada en individualidades en las que se
contrapone y lucha la voluntad única y en las que se va objetivando, de
forma gradualmente creciente, el querer vivir. La forma más alta de
objetivación del querer vivir es el hombre; la conciencia humana es la
reflexión del querer vivir sobre sí mismo, la visión que de sí mismo
tiene el querer vivir, la representación de la voluntad. En la
conciencia humana se produce la manifestación de la voluntad en una
representación que se escinde en un objeto en permanente devenir y un
sujeto estable y permanente inobjetivable. Aun cuando en su origen la
conciencia humana sea tan sólo la visión de la voluntad y aunque el yo
individual no sea más que una manifestación de ella es también para el
hombre la ocasión de sustraerse al horror; la conciencia, que de modo
inmediato es visión del horror, se protege de ese mismo horror por
medio de la contemplación pura, en la que el sujeto se separa y
diferencia de su yo individual y, convertido en conciencia de
su propio ser se abisma en el goce de la visión que tiene por objeto no
ya el horror inmitigado de la voluntad, sino la representación del
mismo para el conocimiento.
Del postulado del
carácter contingente de la voluntad se sigue la pregunta por el valor y
sentido de la existencia: si la voluntad no tiene en cuenta al hombre
es justo que éste se pregunte qué interés tiene para él ese su ser cuyo
azaroso origen es la voluntad; se trata de saber si la vida merece la
pena o, si se quiere, si el conjunto de bienes que proporciona compensa
de los dolores y sufrimientos que trae consigo. La respuesta de
Schopenhauer consiste en negar el valor de la existencia de modo
categórico: la vida es dolor, caducidad y miseria; la existencia un
completo sin sentido. La única salvación que el hombre puede esperar es
la de su reposo en la nada. Toda la moral de Schopenhauer está
edificada sobre la concepción de la vida como dolor y mal. Respecto de
los demás hombres la actitud del sabio es la de la compasión, esa
«solidaridad en el desamparo» de que habla Horkheimer, mientras que la
moral personal tiene como finalidad desolidarizarse del ser anulando en
sí mismo la voluntad de vivir por medio de una ascética rigurosa hasta
llegar a un anonadamiento próximo a la experiencia del nirvana.
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